domingo, 31 de mayo de 2009

Mermelada de mora.

Odio. A Roma la odio, A Omar lo odio, la mora la odio, el ramo y eso otro también. Antes me deleitaba la mermelada de mora, resultaba delicioso ver cómo se esparcía sobre las galletitas de sal y aquellas semillitas en la boca entretenían bastante a mi dentadura. Pero hoy la odio. Odio las moras, en especial las moras de Omar ¡Qué asco resultan ser!

Nagasuka alguna vez me dio un beso de mora en los labios, detesto el que me haya besado con Roma en sus pupilas; a decir verdad, no la odié a ella, me odié a mí y no en aquel instante, fue tiempo después. João ha luchado contra mí y mi mala tendencia a anagramar eso. Me dice, de manera casi maternal: "Es tiempo de superarlo ya, Juan". Y yo, tan terco como siempre, no me dejo convencer de sus buenas intenciones. Además, me regaña con severa constancia: "Es absurdo que por odiar el [...] no gustes de un hermoso ramo de amapolas", lógicamente varía el tipo de flor de referencia o hace alusión a Roma y las moras -jamás me ha atacado con Omar, algo le habrá hecho algún tiparejo de esos-. Quizás pronto compre flores, sin pensar en ellas como ramos, tan solo como flores. Pero la mermelada de mora... no, definitavamente no.

Llevábamos tres meses de conocernos Nagasuka y yo, allá en el asfixiante cursillo de pedagogía - amo la pedagogía, pero estaba insoportable aquel curso baboso- y ya se me hacía necesario verla. Pronto me hice de valor para no esquivarle sus ojos y proponerle sonrisas. ¡Qué mierda tan absurda resulta eso! Ciertamente estaba yo enmierdándome y Nagasuka me ayudaba, y, creo yo, disfrutaba de hacerlo.

Le hice señas al camarero -andábamos en un restaurante de comida islámica-. Tras unos segundos se avivaba de nuevo su figura en el marco de la puerta trasera, la divisoria entre el mundo culinario y el de los comensales. Venía aquel camarero dándole la espalda a Nagasuka, quien se afanaba por terminar su Artabellaco, y se situó junto a ella. Este ramo de ranúnculos es para ti con todo mi mora, dije a Nagasuka; era esplendoroso ver aquel ramo de bolitas multi-coloridas que se aparejaban bien a la piel de Nagasuka, era bellísimo, parecía cortina de baño barato con olor a bergamotas, un vómito bien enfocado. Era invierno y yo vivía una primavera: Nagasuka me soleaba. Tenía yo ya delirios con el Omar.

¿Vienes con aquella y conmigo? dijo João, esperando una salvadora respuesta, No, dije alegremente, soy defensor de la intimidad conyugal, además viene mi amiga, la nueva, ¡Qué triste por mí! expresó João, entre tanto que aquella se hacía volcán, igual es bueno que salieras de esa crisálida tuya, Gracias, pero váyanse, qué disfruten de la función al desnudo. Fue un sábado, el jueves le había dado a Nagasuka de comer ranúnculos organizados en ramo, aquel día: coctel de mora.

-Otra historia iniciada, prometo pronto acabar esta y otra pendiente-
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1 comentario:

EliAna GómEz dijo...

Ocurre que antier miércoles en la mañana... me topé con un librito de Gonzalo Arango... autor que no se si te agrade... o lo odies hasta la náusea... lo cierto es que me hallaba en la biblioteca pública de mi adoradísimo pueblo... y en una de tantas líneas vi precisamente "mermelada de moras" con galletas Noel... de inmediato recordé tu historia sin fin... de "Omar"... ramo y mora... también vino a mi mente lo desconcertante que resulta para mí no saber qué sigue a continuación... el "Omar" ¿aún sigue allí con todo y su producción de delirios? ¿el cóctel de mora aún está en el menú?... y Nagasuka...¿continúa enmierdando tus instantes?