lunes, 18 de mayo de 2009

Encapsulamiento y el ir y venir de las mariquitas alpinistas.

Encapsulado me sentí ayer, hoy en grado más leve, quizás. De vez en cuando me encapsulo. Mentira, de vez en cuando salgo de mi órbita solitaria; es esa mi costumbre. "Las costumbres [...] son formas concretas del ritmo, son la cuota del ritmo que nos ayuda a vivir" decía Julio Cortázar -dice, pues sus libros aún lo cuentan- y me adhiero a su decir. Rara vez imagino una vida más seductora que aquella bajo el amparo de un bosque profundo y cristalino conmigo como única maldición, y este derrotero mío tendiente al ascetismo quizá sea el ritmo necesario para alcanzar tal vida.

La soledad me es un buen estimulante, normalmente me siento más creativo, o bueno, al menos más pensativo. Hoy, por ejemplo, mientras ojeaba unas páginas de Siddhartha, de mi buen Herman Hesse, sentí vergüenza, sí, esa parasitaria "vergonza", como me gusta decirle. El Señor Hesse, un hombre golpeado por un espíritu autodestructivo, una soledad extrema y un mundo occidental nauseabundo inmortalizado en la primera guerra mundial, fue capaz de aventurarse en una lucha por vivir. Aquello de que sentí vergüenza no sé si fue por él o por mi. Ya allá en el Lobo Estepario había degustado de la manera en que se veía a sí mismo, de sus ansias suicidas y de un valor desproporcionado por mantenerse vivo a pesar de todo, a pesar de sí mismo. Mas en Siddhartha reemprende tamaña empresa, y es aquí donde no sé si siento vergüenza de él intentando huirle infructiferamente a su muerte segura o de mí que no hallo valor para enfrentarme a mi muerte lenta, al ritmo de mis costumbres.

Dejo marca de duda en aquella vergüenza, no quiero convertirme dictador al respecto, aunque si bien dejar la duda es temerle a la respuesta. Es como aquella vez en que acorralada entre mis brazos dude en preguntarle a sus labios temiendo no encontrar... o tal vez sí encontrarlos.

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