Es habitual dejar(me) abandonado (en) este lugar, los perros perdidos vuelven a su hogar (cuando no son atropellados).
En principio esto iba de Daydream nation. Me arrepentí. Un hombre tiene derecho a arrepentirse de todo lo que ha hecho en su vida o pensaba a hacer. Sabrán perdonarme los fanáticos de Sonic Youth.
El rock no es para gente bonita. La gente normal somos feos, por dentro y por fuera. Y el rock se viste de eso, de las aristas impulcras que todo el mundo quiere allanar, resanar. Así me parecen a mí los Pixies. Unos genios que demostraron que esas carajaditas estéticas que empezaban a adherirse al rock -¿debiera decir que aún están adheridas?- no son sello de calidad. Nadie daría un centavo por Francis -tampoco lo harían por los gorditos de Screaming trees, y vean cómo la mueven, ¡cómo!- y por sus amigazos Kim Deal, David Lovering y Joey Santiago.
No obstante, en poco más de 5 años, finales de 80's e inicios de los 90's, se convirtieron en referente a nivel mundial. Cuando llegaron los Pixies, los pequeños elfos maliciosos, con su Surfer rosa, armaron un alboroto. Las letras surrealistas de Francis, sus gritos, rapidamente cambiados a melodías, la batería fuerte, la variedad en el ancho, largo y forma de las canciones del mismo álbum los puso al frente en el momento justo. Determinaron el punto de quiebre. Hasta ellos el rock fue una historia y después ellos se abrió otra galería, otra dimensión. Abrieron los cerrojos que mantenían a los músicos sujetos a estándares, a doctrinas de lo que era o no musicalmente correcto. Y creo que es allí donde reside su principal éxito: librar de las caretas estéticas al rock.
"This is a song for Carol [...]
You're so pretty when you're unfaithful to me [...]
Our love is rice and beans and horses lard"
En principio esto iba de Daydream nation. Me arrepentí. Un hombre tiene derecho a arrepentirse de todo lo que ha hecho en su vida o pensaba a hacer. Sabrán perdonarme los fanáticos de Sonic Youth.
El rock no es para gente bonita. La gente normal somos feos, por dentro y por fuera. Y el rock se viste de eso, de las aristas impulcras que todo el mundo quiere allanar, resanar. Así me parecen a mí los Pixies. Unos genios que demostraron que esas carajaditas estéticas que empezaban a adherirse al rock -¿debiera decir que aún están adheridas?- no son sello de calidad. Nadie daría un centavo por Francis -tampoco lo harían por los gorditos de Screaming trees, y vean cómo la mueven, ¡cómo!- y por sus amigazos Kim Deal, David Lovering y Joey Santiago.
No obstante, en poco más de 5 años, finales de 80's e inicios de los 90's, se convirtieron en referente a nivel mundial. Cuando llegaron los Pixies, los pequeños elfos maliciosos, con su Surfer rosa, armaron un alboroto. Las letras surrealistas de Francis, sus gritos, rapidamente cambiados a melodías, la batería fuerte, la variedad en el ancho, largo y forma de las canciones del mismo álbum los puso al frente en el momento justo. Determinaron el punto de quiebre. Hasta ellos el rock fue una historia y después ellos se abrió otra galería, otra dimensión. Abrieron los cerrojos que mantenían a los músicos sujetos a estándares, a doctrinas de lo que era o no musicalmente correcto. Y creo que es allí donde reside su principal éxito: librar de las caretas estéticas al rock.
"This is a song for Carol [...]
You're so pretty when you're unfaithful to me [...]
Our love is rice and beans and horses lard"